INTRODUCCIÓN
Debido al creciente aumento en la población mundial, sumado a la disminución de la cantidad de tierras aptas para el cultivo agrícola, los investigadores se han planteado la necesidad de encontrar nuevas fuentes de proteínas de alta calidad, bajo costo y que abastezcan las necesidades humanas y animales. La cría de insectos para la nutrición animal ha sido sugerida como una buena alternativa a la ganadería convencional para una futura producción de alimentos (Jansson & Berggren, 2015).
Los procesos agrícolas tradicionales generan grandes cantidades de carbono que son liberadas al ambiente. Mientras que, con los insectos, estos son notablemente inferiores (Melgar Bautista at al., 2018).
En algunas producciones animales, los insectos forman parte de las dietas, ya sea en forma de harina entera o desgrasada, aceites, larvas deshidratadas o vivas.
El contenido de proteína bruta de las harinas es alto, entre 42 y 63%, como así también el contenido de aminoácidos esenciales y su digestibilidad.
Sumado a esto, vale agregar que la palatabilidad de estos alimentos alternativos es alta para los animales, pudiendo llegar a reemplazar en algunas especies entre el 25 y 100% de la harina de soja (Makkar et al., 2014).
La FAO (van Huis et al., 2013) estima que los insectos comestibles forman parte de la dieta de al menos dos mil millones de personas alrededor del mundo, abarcando unas 1900 especies distintas.
Entre ellos se destacan:
abejas
avispas
hormigas (orden Hymenoptera)
saltamontes
langostas
grillos (orden Orthoptera)
escarabajos (orden Coleoptera)
moscas (orden Diptera)
entre otros.
Entre las harinas de insectos más estudiadas y utilizadas como reemplazo proteico en alimentos para humanos se encuentran el grillo doméstico (Acheta domesticus), las larvas de moscas soldado negra (Hermetia illucens) y los gusanos de la harina (Tenebrio molitor) (Makkar et al., 2014).
El alimento de muchos de estos insectos son desechos orgánicos, de los cuales obtienen los nutrientes para incorporarlos en sus organismos, y de esta manera reducen el material de desecho en el proceso.
La ventaja que posee este sistema de biodegradación por insectos benéficos es que es sumamente rápido (de cuatro a 27 días, dependiendo la especie), comparado con otros métodos tradicionales como son el compostado y aquellos que utilizan la digestión aeróbica o anaeróbica (Čičková et al., 2015).
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