Ya, en los años treinta del siglo pasado, se realizaron numerosos trabajos de campo en los cuales se demostró que existían rebaños con deficiencias de cobre y cobalto tanto en América del Norte como en Australia y en Europa.
Posteriormente, numerosos estudios científicos con animales ampliaron la lista de microminerales esenciales para la vida animal hasta llegar a quince en los años ochenta: hierro, yodo, zinc, cobre , manganeso, cobalto, molibdeno, selenio, cromo, estaño, vanadio, flúor, silicio, níquel y arsénico (Underwood, 1981).
Subsiguientemente, suplementos dietéticos de aluminio, boro, cadmio, litio, plomo y rubidio derivaron en mejoras en el crecimiento o la salud de animales de laboratorio y también de abasto, si bien los efectos de éstos y de alguno de sus predecesores (flúor, níquel, estaño y vanadio) se deben examinarse a la luz de la teoría de la hormesis, según la cual una misma sustancia puede ejercer efectos completamente opuestos a bajas dosis y a altas dosis (Calabrese y Baldwin, 1988).
Además de los microminerales aquí mencionados, los tejidos animales aún contienen otros 20-30 elementos minerales, principalmente en concentraciones mínimas y variables (Suttle, 2010).
Así pues, hoy en día es bien sabido que todos los tejidos de los animales contienen cantidades y proporciones variables de microminerales, las cuales son necesarias para la marcha normal de básicamente todos los procesos bioquímicos que se dan en el organismo animal.
Los microminerales son componentes esenciales y específicos de la estructura de numerosos metaloenzimas, coordinando un gran número de procesos biológicos y, consecuentemente, siendo esenciales para el mantenimiento de la salud y el rendimiento productivo de los animales.
A pesar de que el papel de los microminerales en salud animal está bien establecido, estos nutrientes todavía son, en muchas ocasiones, los grandes olvidados en nutrición animal.
Su papel metabólico y fisiológico es a menudo subestimado, dándose por sentado su presencia en la dieta en cantidades adecuadas. Sin embargo, los ingredientes naturales utilizados en nutrición animal son a menudo deficientes en microminerales, por lo que su suplementación a través del corrector es ineludible.
Una nutrición óptima con niveles adecuados de microminerales es necesaria para garantizar un correcto funcionamiento del organismo animal.
Tal como señala FEDNA (2010), los microminerales habitualmente aportados en el corrector son el zinc, hierro, cobre, manganeso, selenio y yodo. En ocasiones se añade cobalto, necesario en piensos para rumiantes y conejos, pero no en monogástricos, y molibdeno en dietas para rumiantes.
Las concentraciones en las que los microminerales se proporcionan en la dieta deben ser óptimas, de acuerdo con las necesidades de los animales, las cuales serán distintas durante las diversas fases del crecimiento del animal y según el ciclo de producción en que se encuentre.
Sin embargo, estas necesidades son difíciles de establecer, basándose la mayoría de las estimaciones en el nivel mínimo necesario para superar los síntomas de una deficiencia y no necesariamente en optimizar los rendimientos productivos, tal como indica López-Alonso (2012) en su extensa revisión sobre el uso, en ocasiones deficitario y en otras excesivo, de microminerales en nutrición animal.
Como se ha mencionado, los microminerales tienen papeles muy específicos y a menudo múltiples:
El selenio se ha considerado durante mucho tiempo necesario para el crecimiento y la fertilidad en animales, así como para la prevención de diversas enfermedades metabólicas.
Sin embargo, más recientemente se ha establecido el papel defensor del selenio como parte integral de una serie de enzimas (selenoproteínas), las cuales funcionan como antioxidantes en el citoplasma celular (Tame, 2008; Che et al., 2014).
El zinc es necesario para la integridad estructural y funcional de más de 2.000 factores de transcripción, siendo casi cada ruta metabólica en el organismo animal dependiente de una o más proteínas que requieren zinc en su estructura (Beattie y Kwun, 2004; Cousins et al., 2006).
Así, el zinc parece ser un cofactor esencial de las proteínas antioxidantes y las enzimas reparadoras del ADN (Berg, 1990; Webster et al., 2001).
Recientemente, Pearce et al. (2015) observaron que el aporte de zinc en dietas para cerdos es esencial para una correcta función de la barrera intestinal y para la regeneración del epitelio cuando éste está dañado.
El cobre es fundamental para la actividad de numerosos enzimas, cofactores y proteínas reactivas.
La esencialidad del cobre para numerosos procesos metabólicos y fisiológicos tales como:
Este micromineral es primordial en el transporte de oxígeno, junto con el proceso de respiración celular. Y además:
Las funciones del manganeso están vinculadas a diversos metaloenzimas activados por dicho elemento.
Así, el manganeso es necesario para el metabolismo de los lípidos y de los hidratos de carbono a través del metaloenzima piruvato carboxilasa, implicado en la gluconeogénesis (Scrutton et al., 1972).
Una segunda función del manganeso se identificó al aislarse una superóxido dismutasa de mitocondrias de hígado de pollo (Gregory y Fridovich, 1974), siendo pues dicho micromineral imprescindible en la protección de las células del daño por especies reactivas del oxígeno.
Finalmente, el manganeso también es necesario para la síntesis de los mucopolisacáridos del cartílago a través de la activación del enzima glicosiltransferasa (Leach y Harris, 1997).
Los microminerales, bajo las diversas formas disponibles en el mercado, que actualmente están registrados para su uso en nutrición animal en la Unión Europea se encuentran en el Anexo I del Reglamento 1831/2003 bajo la categoría 3 (aditivos nutricionales) y grupo funcional b (oligoelementos o compuestos de oligoelementos).
Escrito por Alfred Blanch , consultor en Addimus S.L.
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