En este artículo abordamos los aspectos básicos de la ileítis y la disentería, así como algunas perspectivas actuales sobre estas enfermedades digestivas de los cerdos.
Las enfermedades digestivas tienen un alto impacto económico en el porcino de engorde.
En la primera fase de crianza los problemas habituales son las diarreas neonatales y postdestete motivadas por la presencia de bacterias patógenas (Enterobacterias y Clostridium), parásitos (Eimeria) o virus que afectan al intestino delgado.
En la fase de engorde la problemática gastrointestinal suele localizarse a partir del ileon y colon siendo la enteropatía proliferativa porcina (ileítis) y la tiflocolitis mucohemorrágica (disentería) los dos problemas infecciosos más habituales.
En este artículo abordamos los aspectos básicos de la ileítis y la disentería, así como algunas perspectivas actuales sobre estas enfermedades digestivas de los cerdos.
El nombre de esta enfermedad infecciosa, ileítis, responde a que afecta al íleon, tercer y último segmento del intestino delgado. Está causada por la bacteria Lawsonia intracellularis, patógeno que se reproduce dentro de las células del intestino delgado (enterocitos). A diferencia de otros agentes infecciosos, la L. intracellularis no destruye el tejido afectado, sino que, más bien, impide su maduración y causa su proliferación. Entonces, el tejido intestinal se engrosa y no puede realizar correctamente su función: absorber nutrientes. Las consecuencias clínicas de la ileítis son las de un síndrome de mala absorción: reducción en el consumo de alimento y pobre crecimiento.
La enteropatía profliferativa porcina se caracteriza por una alta morbilidad y una baja mortalidad. El síntoma más común suele ser la producción de heces blandas, aunque, en muchos casos, los cerdos no presentan ningún signo de enfermedad. Por este motivo, la ileítis suele detectarse a través del monitoreo serológico (ELISA) o por medio de técnicas moleculares. El cultivo de esta bacteria es prácticamente imposible en un contexto clínico.
La proliferación de la mucosa del intestino delgado es un signo patognomónico durante la necropsia que conlleva un descenso en los índices productivos.
Uno de los factores de virulencia de la ileitis es la presencia elevada de bacterias con capacidad enteropatógena como son Enterobacterias y Clostridios.
L. intracellularis tiene una distribución mundial. Un estudio reciente señalaba que, en los países europeos, la ileítis está presente en promedio en el 90,3% de las granjas, con una prevalencia del 31,6% (Arnold et al., 2019). Puesto que los cerdos infectados continúan eliminando bacterias en las heces durante meses, es muy difícil controlar la enfermedad una vez que se ha establecido en la granja.
Sin embargo, dado que el mecanismo de transmisión es oral-fecal, la bioseguridad, el manejo todo dentro-todo fuera, la inmunización y la profilaxis con antimicrobianos como la tiamulina son viables para reducir los efectos de esta enfermedad (McOrist et al., 1996; Jacobson, Fellström y Jensen-Waern, 2010).
La Unión Europea pretende reducir o eliminar del todo el uso de antimicrobianos como promotores del crecimiento o profilácticos en animales de abasto, por lo que existe la necesidad de adoptar alternativas para controlar la ileítis. Una de ellas es la descrita por Mølbak et al. (2007), que estudiaron el efecto de dietas ricas en fructano en infecciones naturales de L. intracellularis y concluyeron que las dietas que favorecen una microbiota saludable ayudan a disminuir los efectos no solo de este patógeno, sino también de Brachyspira hyodysenteriae, el agente responsable de la disentería.
Un año más tarde, Mølbak y sus colaboradores (2008) demostraron que la textura de la dieta también influye en la ileítis: los alimentos peletizados fomentan una mayor presencia de L. intracellularis. Los autores sospechan que el mecanismo detrás de este hallazgo es la interacción compleja de la dieta con otras bacterias en regiones más proximales del intestino.
Una gran parte de la inflamación y necrosis de las células epiteliales del íleon son debidas a las infecciones bacterianas secundarias.
En un estudio seminal, McOrist et al. (1993) demostraron que cerdos gnomobióticos inoculados con L. intracellularis no desarrollan la enfermedad, lo que implica que L. intracellularis necesita de otras bacterias para volverse patogénica. Así pues, la clave parece ser que los cerdos con una microbiota sana son más resistentes a la ileítis. Algunas intervenciones prometedoras son el uso de aceites esenciales, fibras no digestibles, ácidos orgánicos y prebióticos en general (Karuppannan y Opriessnig, 2018).
De esta manera el empleo de aceites esenciales en la dieta de los animales reduce la carga de bacterias patógenas a nivel intestinal, favorece una microbiota saludable y. por ello, previene y controla la aparición de la ileítis porcina.
La textura del alimento influye en la prevalencia de la ileítis porcina. Por ejemplo, los alimentos peletizados favorecen a L. intracellularis.
Ileítis porcina
La disentería porcina es una enfermedad aguda del colon y del ciego de los cerdos. Se trata de una infección hemorrágica y necrótica, es decir, que causa sangrado y muerte de los tejidos afectados. El agente causante es una espiroqueta llamada Brachyspira hyodysenteriae. Existen diversas enfermedades de los cerdos causados por bacterias del género Brachyspira, sin embargo, la disentería es la de mayor relevancia (Hampson y Burrough, 2019). Al invadir la mucosa del intestino grueso, esta bacteria permite que otros microorganismos causen daños severos en el intestino.
Esta enfermedad comienza con heces blandas, de amarillas a grises. Poco después, el cerdo comienza a arrojar grandes cantidades de moco con hilos de sangre no digerida (roja). Eventualmente, la diarrea progresa hasta convertirse en acuosa, con sangre y un exudado mucofibrinoso, en los casos más severos, puede observarse tejido necrótico epitelial en las heces.
A pesar de que los cerdos suelen recuperarse de la disentería, su desempeño nunca volverá a ser el mismo y su crecimiento se verá comprometido.
Debido a la diarrea, los cerdos pueden deshidratarse rápidamente, por lo que, sin tratamiento, la disentería tiene una mortalidad alta. La morbilidad puede superar el 90% en piaras donde la enfermedad estaba ausente (Hampson y Burrough, 2019).
Las pérdidas productivas, el coste de los tratamientos y las medidas zoosanitarias necesarias para controlar la enfermedad constituyen el gran impacto económico de la disentería porcina.
La vacunación en contra de la disentería es complicada y suele requerir el uso de bacterinas autógenas para ser efectiva. La aparición de nuevas serovariedades complica aún más el panorama, pues no suele haber inmunidad cruzada.
La bioseguridad es, quizá, la mejor estrategia para el control de la disentería porcina. Aunque presenta sus propios retos, ya que B. hyodysenteriae es altamente resistente en el medioambiente en condiciones favorables. La bacteria prefiere temperaturas inferiores a 10°C y ambientes húmedos. Además, la contaminación fecal favorece la supervivencia de este patógeno, pues se mantiene viable en las heces hasta durante 210 días (Hampson y Burrough, 2019). La limpieza, por lo tanto, es fundamental; además, esta espiroqueta es muy susceptible a la desecación.
Finalmente, la práctica del todo-dentro-todo-fuera es efectiva para evitar la propagación de la disentería. Además, es común recurrir a programas de erradicación a través de antimicrobianos como la tiamulina. Sin embargo, B. hyodysenteriae ha demostrado diversas resistencias, por lo que esta estrategia debe usarse con extremo cuidado.
Brachyspira hyodysenteriae, la bacteria causante de la disentería porcina, puede sobrevivir en suelos húmedos por meses, especialmente en la presencia de materia fecal.
Clostridiasis porcina
Al igual que ocurre con la ileítis, la composición de la microbiota intestinal parece ser un factor determinante en el desarrollo de la disentería porcina. Burrough, Arruda y Plummer (2017) evaluaron las bacterias tanto de la mucosa como de la luz del colon de cerdos con y sin disentería y descubrieron diferencias significativas en el perfil microbiano.
En general, bacterias clostridiales, Fusobacterium y Enterobacterias predominaban en la microbiota del cerdo enfermo; por el contrario, lactobacilos, bifidobacterias y las Synergistales predominaban en el cerdo sano.
El efecto de la microbiota en el desarrollo de la disentería se conoce desde hace al menos una década, pues se había demostrado de manera experimental que dietas altas en prebióticos como la inulina previenen la disentería (Pluske et al., 2010). Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en la ileítis, las dietas altas en fibra no digestible parecen exacerbar la disentería (Hampson y Burrough, 2019).
Podemos conjeturar que este resultado contradictorio se debe a que la falta de una microbiota beneficiosa capaz de utilizar la fibra en la dieta, podría presentar efectos negativos en el intestino grueso.
Los ácidos orgánicos y los aceites esenciales tienen capacidad de inhibir el crecimiento de Brachyspira hyodysenteriae. Cómo se muestra en esta tabla resumen, se observa como los aceites esenciales tienen unos niveles base de concentración mínima inhibitoria que les hace ser aditivos de elección para el control de la Brachyspira hyodysenteriae.
Tabla 1. Sensibilidad para Brachyspira hyodysenteriae de ácidos orgánicos y aceites esenciales.
In vitro sensitivity of Brachyspira Hyodysentweriaes to organic acids and essential oil components. Lien Vande Macle, Marc Heyndrickx, Nele De Pauv, Maxime Mahu, Marc Verlindea, Freddy Haesebrokt, Aa Martel, Filip Boyen, Dominick Maes and Frank Pasmans.
Tabla 2. Comparativa entre ileítis y disentería.
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